Cuando Bill Gates hace un hospital o pone pasta para una causa benéfica, todo el mundo lo da por bueno. Pero si a Amancio Ortega se le ocurre donar maquinaria o lo que sea a la Seguridad Social, enseguida salen cuatro nabos diciendo que el problema es que el donativo sea voluntario y nos hayamos perdido la oportunidad de oírle gritar de dolor mientras se lo arrebataban pro la fuerza.
No es una cuestión de ética, sino de dolor. Alguien ha detectado que se le ha ahorrado dolor a un rico y eso lo ha puesto de mala hostia.
Luego, para disimularlo, se habla de que si paga muchos, pocos o regular de impuestos. Pero nadie habla de las donaciones de Amazon, ni de los escaneres que paga Apple, ni de los hospitales que patrocina Google. Lo primero porque no existen, y lo segundo porque nos harían sentirnos culpables.
Exigimos el llanto del rico local mientras colaboramos como verdaderos siervos con el rico foráneo, que ni colabora, ni paga, ni dona, ni nos trata con el menor respeto.
A lo mejor es que Zuckerberg y Bezos no son gallegos y eso los convierte en inocentes, al menos a los ojos de nuestras chinches profesionales. A lo mejor la compañía de la manzanita mola más que el Zara, porque basa su éxito en servir a los ricos que quieren significarse como ricos y no a los muertos de hambre que quieren parecer dignos.
La diferencia real está ahí: Google y Amazon son para todos, Apple es para guays, y Zara para pobres.
Eso es lo imperdonable. Que nos conocemos.