Pero fuera de eso, y sobre todo en algunos ámbitos como la violencia de género o la violencia en el ámbito familiar, resulta que el excesivo el a la hora de penar ciertas conductas ha hecho que se pierda la proporcionalidad de las penas y, a partir del primer golpe, los demás salgan gratis o muy baratos.
Desde luego, no es un consejo que se pueda dar, pero una vez que se ha escapado la primera torta, ya sea en casa o ya sea con un policía en la calle, casi es mejor no quedarse con las ganas, porque parece que lo que se castiga es el hecho filosófico de la violencia, y no la cantidad en sí de violencia.
Además, cuanto mayor es la violencia, menor es la probabilidad de denuncia, como está clara y tristemente demostrado.
¿A que voy con semejante barbaridad de afirmaciones? A que muchas veces es culpa nuestra que se esté perdiendo el norte con la proporcionalidad de las penas. Nos encanta pedir castigos más largos, más duros y más severos para todo lo que nos afecte. Nos encanta oprimir al colectivo rival, o adversario, con multas mayores y estancias más largas en la cárcel, que afetcen a hechos cada vez de menor grado
Y luego pasan estas cosas, o que es más rentable asesinar a la víctima de una violación, o que es mejor quemar la casa de un cantante que piratear uno de sus discos. Una locura.